Estamos escondiendo niños en el desierto otra vez. En carpas, carpas enormes en el terreno donde un fuerte hace tiempo estableció dominio sobre los pueblos indígenas de la area, mas notable entre ellos los Apache. Ahora detiene niños nativos, arrancados de sus familias que eternamente sufren la guerra de conquista que nunca termina.
Los esconden. No estuvieron suficientemente fuera de vista en los lugares encerrados, sin luz, que abrieron para ellos en los centros de convenciones. El dolor de la separación logró salir afuera, en los testimonios angustiados de voluntarios permitidos a estar cerca de estos niños desplazados, estos últimos restos de naufragio recogidos y regresados a la oscuridad de nuestra oscura historia.
Los ojos de los testigos iluminaron los pasillos masivos de los catres. Iluminaron las reglas que exigen el control del flujo de información de estos círculos de infierno. ¿Qué pasaría si ellos pudieran llamar alguien? ¿Qué pasaría si distribuyeran teléfonos? Imagínate el caos.
Imaginate lo visible que serían. Imagine si sus llantos nocturnos no fueran amortiguados por las reglas designadas para esconderlos, para silenciarlos, y hacer que no están ahí.
No estos lugares no funcionaron. Demasiadas personas escuchando y viendo demasiado. Vamos a regresar al desierto. Vamos a rodearlos con guardias y soldados, ponerlos en carpas, luchando por refrescar el aire bajo el sol constante. Vamos a mantenerlos lejos del perímetro. Sin ningunas imágenes que puedan hacer caer lágrimas a los que están afuera. Con la excepción de los ojos que no pueden dejar de verlos. Con los oídos que no pueden dejar de escucharlos. Los corazones que no pueden dejar de doler por ellos.
Escondidos en los pliegues de las carpas, en el desierto del oeste tejano. En el Fuerte Bliss. Regando el desierto con su lágrimas, sus gemidos perdidos en el viento del desierto.