El Cártel de Sinaloa rebasa el poder de Pablo Escobar y otros narcotraficantes, quienes pusieron en jaque a la ciudadanía y al Estado de Colombia en los años ochenta y principios de los noventa.
Este agrupamiento, en plena expansión global, es el más poderoso en la historia del narcotráfico mundial. Es una verdadera transnacional del crimen. Sus gigantescos ingresos, sus ramificaciones internacionales, la cantidad de gente que le sirve y es leal, el número de empleos que genera en el territorio nacional, probablemente un tercio de los más de 500 mil que calcula para el conjunto del crimen organizado el estudio de un grupo de Diputados en 2013, hace que la organización que encabeza el Mayo Zambada, líder indiscutible, después de la captura en 2014 del Chapo Guzmán y de la muerte de Juan José Esparragoza Moreno “El Azul”, sea un desafío colosal.
A pesar de que el poder de los narcos sinaloenses era local antes de los ochenta, desde décadas antes ellos ya habían acumulado experiencia empresarial, militar y política, terrenos en los que ningún otro grupo regional había aprendido tanto. Y es que Sinaloa no es tan sólo la cuna del narco mexicano también lo es de la narcopolítica. En Sinaloa el narco tiene una antigüedad de, por lo menos, cien años. Si partimos de los criaderos de opio que había en Badiraguato desde los años veinte e incluso desde antes, daremos cuenta de la longevidad del narco sinaloense.
En Sinaloa se han forjado casi cuatro generaciones de narcos en poco menos de un siglo. En realidad, para estudiar la génesis del narco sinaloense y mexicano es necesario estudiar la historia del municipio de Badiraguato, y dentro de él, la microhistoria de varios poblados, entre ellos, Santiago de los Caballeros, y La Tuna. Y, por supuesto, la de Culiacán.
Los jefes del narco sinaloense son el único sector de las clases dominantes del estado de alcance verdaderamente global. Ninguna otra empresa sinaloense tiene sus alcances y capital, y gozan de la enorme ventaja de compartir el duopolio del uso de la violencia con las fuerzas de gobierno.
Siendo un poder global que tiene como matriz un base local, inevitablemente buscan la hegemonía política para seguirse desarrollando. Sin su base territorial de origen perderían el poder global, en continua expansión. Ni la guerra de Calderón ni la detención de El Chapo los detuvo.
El narco sinaloense actúa en gran parte del país, incluyendo la misma capital del País, pero el control de su territorio primigenio es un asunto de vida o muerte, sin él desaparece. En Sinaloa nacen y en Culiacán se reproducen la mayoría de sus miembros o cuadros estratégicos. En su territorio brota gran parte de la producción de sus mercancías de exportación; en él se lava gran parte de su capital y están establecidos muchos de sus laboratorios; en su suelo está su principal base social y en él se genera la producción simbólica que ha contribuido a su legitimación cultural en amplias capas de la sociedad. Sus cementerios guardan eternamente los cuerpos de los narcos.
Lo grave del asunto es que no es un actor político más, sino parte del bloque en el poder. ¿Y cómo no serlo a estas alturas, cuando ya son parte de las élites económicas del país, y uno de los sectores empresariales, de capitales negros y blanqueados, más grandes de América Latina?
Sin duda el narco sinaloense a estas alturas es un actor social sumamente complejo y sofisticado en muchos sentidos. Tiene múltiples facetas y formas de expresión. Actúa en todos los planos: la ilegalidad y la violencia, pero también en la legalidad, el consenso y la política. Hace política con o sin partidos, con violencia o sin violencia; dentro y fuera de las instituciones. Ha subordinado alcaldes, legisladores y gobernadores; generales y soldados de menor rango; jefes policiacos y rasos. Ha negociado con Los Pinos, la DEA y la CIA.
Ha sido capaz de seducir a todo lo que huele a poder.