Mexico: Narco Estado Parte 1

Mexico: Narco Estado Parte 1
En los últimos años México ha vivido una ola de violencia causada por el narcotrafico de drogas ilicitas. Como respuesta ha dicha violencia decenas de miles han salido a las calles para exigir un alto a las Matanzas, particularmente de jóvenes.
FOTOS:geo.mexico.com

 

El neoliberalismo que se empezó a conformar a mediados de los ochenta del siglo anterior, acompañando a la globalización mexicana que se profundizó con el inicio del NAFTA, facilitó la extensión del crimen organizado en los tejidos del Estado, ya de por sí contagiados desde muchos años antes. Sin embargo, de 1988 a 2014, es decir, del Gobierno de Carlos Salinas de Gortari al de Enrique Peña Nieto, en escasos 26 años, el crimen organizado mexicano en su conjunto, y el Cártel de Sinaloa en particular, se transformaron en primeros actores del narcotráfico internacional. Con la entronización de los gobiernos neoliberales en México se inicia una acelerada globalización del crimen organizado y más particularmente, la del Cártel de Sinaloa. La organización más capacitada para lograrlo.

El crimen organizado, aunque también negocia coyunturalmente, enfrenta al Estado, independientemente de quien lo presida, a cualquier Gobierno estatal, al margen de quien lo encabece, y a cualquier Ayuntamiento, sin importar cuál partido lo dirija. Incluso, tal y como se ha comprobado fehacientemente en Michoacán y Tamaulipas, llega a subordinar a gobiernos estatales.

Hasta ahora el triunfador indiscutible de todos los cárteles es el de Sinaloa porque tiene una presencia en casi todo el territorio nacional, lo cual solo se podía lograr subordinando a sus intereses a importantes nichos de las esferas pública y privada. Esta es la gran victoria del crimen organizado: preñó al Estado y a amplias capas de la sociedad civil, por eso se ha hecho indestructible. Ha gozado del manto protector y de la legitimidad que le ha otorgado gruesas capas ciudadanas, y se ha apropiado del servicio sobornado de casi todas las policías, muchos jueces y militares. Pero, sobre todo, de individuos y grupos instalados estratégicamente en la clase política. Lo cierto es que, al ejercer un gran dominio en varios estados de importancia estratégica, como lo son todos los de la frontera norte, basta para afirmar que desafían seriamente al Estado.

La guerra del Gobierno federal contra el crimen organizado parece no tener fin. En la era del priísmo clásico, entre 1929 y 2000, de alguna manera el Estado era cleptómano por la corrupción de su clase política y de las fuerzas policiacas; pero después de doce años que gobernó otro partido distinto al PRI y de la fracasada guerra contra el narco que emprendió Felipe Calderón, el Estado roza la delincuencia porque en muchas partes de México está al servicio del crimen organizado; es decir, obedece a liderazgos e intereses ajenos a un Estado de Derecho.

No es necesario que la delincuencia organizada esté extendida en todos los municipios de México para concluir que el Estado ha fallado ante la ciudadanía al no poder garantizar la seguridad de millones de sus ciudadanos. Baste saber que cientos de municipios y miles de kilómetros cuadrados están bajo el dominio de los capos para demostrar que el Estado no cumple cabalmente con una de sus funciones primordiales. El Estado, cualquiera que sea, no puede ceder el monopolio legítimo del uso de la violencia al crimen organizado, cuando sucede así es que está rebasado e, incluso, en vastas regiones, subordinado. Pero lo más grave es cuando el Estado, sobre todo sus fuerzas del orden, se confunden con las de la delincuencia.

Pareciera que el altísimo número de muertos y desaparecidos que ha padecido el País de de 2006 a 2014, más de cien mil, hablaría de que el Estado ha enfrentado decididamente al crimen organizado, pero no es así. En realidad, las fuerzas policiales y militares, así como los tribunales y la clase política, han tenido una conducta muy irregular, y con frecuencia impredecible, ante los delincuentes. Según las circunstancias, arreglos, tácticas y estrategias internacionales, nacionales, estatales y municipales, habrá enfrentamiento con el crimen organizado u obediencia. Dependiendo de la coyuntura y del balance del poder, un jefe político, militar o policiaco sirven al crimen, normalmente a cambio de jugosos dividendos, pero a la vuelta de la esquina, lo puede enfrentar.

En pocos lugares del planeta el crimen organizado exhibe tal poderío. En México el problema no es tan solo la violencia, ya en sí desmesurada, sino la penetración del crimen organizado en todas las estructuras del Estado.

Segunda parte en la siguiente edicion.

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