Con una voz profunda y dolorida, Javier Sicilia afirmó que su “hijo tenía 26 años, era profesionista y practicaba deporte”. Con estas palabras, él describió a su hijo asesinado en Cuernavaca, otra víctima inocente en la guerra contra las drogas en México.
Al describir dos caravanas que cruzaron México el año pasado, él se refirió a un movimiento basado en la humanización de todos.
Como muchas personas en los Estados Unidos, yo escuchaba noticias sobre periodistas asesinados y masacres perpetradas en México. Sin embargo, desde la ciudad capital, mi familia me seguía asegurando que estaban bien. Por ello, me fue muy fácil pensar que esta era la situación imperante.
Pero al escuchar la tristeza en su voz y la descripción de la pena de tantas otras personas—70,000 muertos y 10,000 desaparecidos en el transcurso de los seis años del período presidencial de Felipe Calderón— finalmente tuve el valor de enfrentar las tragedias que están marcando tan profundamente la tierra de mi familia.
“¡No estás sola, no estás sola!”, se escucharon en coro las voces en la Iglesia Presbiteriana Southside en Tucson, después las tristes palabras que pronunció llorosa Rosa Pérez al recordar a su hija de 26 años, Coral, mientras sostenía su fotografía. Ella desapareció junto con otras cinco jóvenes cuando se dirigía desde Reynosa a su casa en Monterrey.
Debido a ella y a otros de sus familiares, cuyos testimonios he presenciado durante diez días, finalmente estoy prestando suficiente atención para comprender que el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad—la organización que surgió de la marcha masiva que se efectuó en marzo del 2011, y la primera acción que dirigió Javier Sicilia después de la muerte de su hijo—culpa de la narcoviolencia que se vive a Felipe Calderón por militarizar la guerra contra los traficantes, lo cual ha dado origen a una escalada de violencia que actualmente incluye a miles de víctimas inocentes.
Y tal como busca destacarlo esta caravana de 100, los Estados Unidos también tiene una responsabilidad similar por financiar el ejército mexicano, por utilizar un monitoreo poco estrictos del tráfico de armas fabricadas en los Estados Unidos (el 90 por ciento de las armas utilizadas por los narcotraficantes en México), al igual que el lavado de dinero por parte de diversas instituciones estadounidenses.
Pero la situación es mucho más compleja que simplemente lograr que los Estados Unidos ya no financie al ejército mexicano, puesto que la competencia tan violenta por el tráfico de drogas entre los carteles existe precisamente por la demanda que hay en los Estados Unidos, la cual es la más grande del mundo. El fin del financiamiento de los Estados Unidos no detendría la narcoviolencia entre los carteles.
Para mi propia sorpresa, me convenzo cada vez más que, tal como lo sugiere el Movimiento por la Paz, sería más eficaz poner fin a la prohibición de las drogas. Al ser ilegales, se mantiene un mercado negro que impulsa la competencia violenta. En vez de ello, podríamos reglamentar las drogas como lo hacemos con el alcohol.
Sería mejor utilizar nuestros recursos para sanar las fuentes de dolor, enajenación y ansiedad que conducen al uso y al abuso de drogas en nuestro país. Tal como lo dice con insistencia Javier Sicilia, en vez de políticas punitivas para quienes usan drogas, es necesario desarrollar campañas de salud pública.
Esta caravana también me ha revelado con claridad qué tan destructivo y enorme es el precio que estamos pagando por nuestra propia guerra contra las drogas, a través de la encarcelación masiva de nuestra población, lo cual se debe en gran parte a la penalización de la posesión no violenta de drogas. Comprendo la urgencia de poner fin a nuestra propia guerra contra las drogas aquí y ese despertar ante nuestra propia crisis nos ayudará a observar qué tan entrelazadas están nuestras tragedias con las de México.
Todos estos testimonios han dejado una imborrable huella en mi corazón y en mi compromiso con México de acoger el llamado de Javier Sicilia: “Tienen que tomar responsabilidad por su parte en este país. Solo juntos podemos parar esta guerra imbécil.”
María Elena Fernández es escritora, actriz y profesora de estudios chicanos en la Universidad Estatal de California en Northridge.
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