Forjando el pueblo puertorriqueño: La lucha de clase

Ilustración de la milicia de Puerto Rico y Betances
Izquierda: milicia de PR c. 1797 / Derecha: Betances
Bohíos Jíbaros en Puerto Rico
Jíbaros bohíos
anteriormente esclavos en Puerto Rico
anteriormente esclavos c. 1898

De 1791 a 1804, la isla de Española—St. Domingue bajo el dominio francés, la colonia más rica del mundo produciendo con mano de obra esclava 40% del azúcar y 60% del café exportado a Europa—tuvo una rebelión de esclavos que desencadenó una lucha de liberación nacional.  Las potencias imperialistas rivales se aprovecharon para llenar el vacío consecuente en el mercado de azúcar y esclavos.  Para entonces esas mercancías estaban tan vinculadas como el capitalismo y el colonialismo.  Después de tres siglos de olvido por parte de España, la pequeña colonia de Puerto Rico, que había servido de asentamiento militar y, estratégicamente situada, portón al Caribe y el hemisferio—se convirtió en los ojos de los comerciantes y financieros españoles un lugar donde se podía hacer una ganancia.

Mientras tanto, una España debilitada, que antes de una década viviría la ocupación de Napoleón y en dos décadas la pérdida de casi todas sus colonias en las Américas, accedió al comercio entre Puerto Rico e Inglaterra y EE.UU., iniciándose en la década de 1820. Durante ese período de inflexión, con la insurrección de los esclavos en Haití y las guerras de independencia de las colonias americanas de España, Puerto Rico se convirtió en punto de destinación de los terratenientes criollos franceses y latinoamericanos desplazados de las colonias liberadas. Llegaron con sus esclavos, herramientas, maquinaria y capital atraídos por la oferta del régimen español de terrenos y acceso sin condiciones y se establecieron en la Isla. Era un negocio comercial de adquisición, venta y explotación de esclavos, tierra y equipo para la exportación, principalmente, de los lucrativos cultivos de azúcar y café. Los europeos con recursos—ingleses, irlandeses, alemanes, franceses, mallorquines, vascos—también se aprovecharían de la oportunidad. Con el tiempo, la ola de nuevos hacendados y comerciantes se harían criollos puertorriqueños.  La clase ascendente de terratenientes—criollos y recién llegados—tenían el incentivo de producir para el creciente mercado norteamericano y europeo. Pero había unas trabas en el camino.  Hacían falta tierra y mano de obra.

Una fuente de trabajo era la esclavitud, pero la abolición inglesa del trato de esclavos, en 1807 hizo cada vez más costoso y difícil adquirirlos, aún con el mercado de esclavos disponible en las colonias holandesas y francesas en las Antillas.  Desde los inicios del sistema de plantación en Puerto Rico para el último cuarto del siglo dieciocho (XVIII) y durante todo el período de la esclavitud, la gente de color libre (mulatos y negros) sobrepasaba la de esclavos en su mercado de trabajo. Aún así, la población esclavizada creció al ritmo de la expansión de la producción azucarera y cafetalera:  6,537 en 1776, 13,333 en 1802, 18,621 en 1815, 34,240 en 1830, hasta llegar a la cifra de 51,265 en 1846 (según el censo “oficial”, que bien podría subestimar la realidad).

En su punto culminante, la mano de obra esclava representaba un 11% de toda la fuerza laboral, pero estaba concentrada en los sectores claves del azúcar y el café.  Como siempre, el pueblo esclavizado respondió a su explotación y opresión con el sabotaje, el escape y la rebelión, mientras que los hacendados (los grandes terratenientes) y el régimen español recrudecieron su represión. En 1812, el gobernador español impone que un esclavo faltándole el respeto al dueño reciba 50 latigazos de las autoridades y luego, los del dueño.  Si la ofensa era violenta, el castigo era doble. Con mayor vigilancia, hubo menos escapes en masa, pero muchísimo más cimarrones solitarios. Después de 1850, los que no se arriesgaban se organizaron y exigieron mejor indumento, menos horas laborables, mejores condiciones de trabajo y mejor alimentación, acabar con la explotación sexual y negociación entre esclavos y dueños. Los esclavos ganaron el derecho de trabajar por su cuenta en su tiempo “libre”, ahorrando dinero para comprar su libertad.

Los cultivadores criollos e inmigrantes necesitaban tierra y mano de obra, como los primeros capitalistas ingleses, que acapararon las tierras comunales y obligaron a los campesinos a las zonas urbanas y al trabajo en fábricas. En la Isla, los hacendados tenían que arrebatarle la tierra al jíbaro, que por siglos había vivido de ella, y ponerlos a laborar, al lado del esclavo, en los llanos azucareros de la costa y del café en las alturas del interior.

Desde el último cuarto del siglo XVIII, los cultivadores criollos se habían dedicado a la expansión continua de la economía de exportación a costo de los cultivos de subsistencia del jíbaro. Impusieron el Reglamento de Jornaleros de 1849, obligando al campesino con poca o ninguna tierra a llevar una libreta documentando su pago, horas trabajadas, deuda (por el salario avanzado) y la evaluación del terrateniente de su persona y trabajo. El jíbaro tenía que producir su título de propiedad—no existente—para evitar el trabajo obligatorio en la tierra del hacendado. Se había convertido en jornalero. Un juicio negativo del hacendado en su libreta cerraba las puertas al trabajo en otro lugar, convirtiéndose la libreta en una herramienta para amarrar al jornalero a “su” hacendado. Este trabajo forzado del jornalero se llegó a conocer como la esclavitud blanca—¡como si los jíbaros fuesen todos blancos!

A los jornaleros no les pagaban en efectivo, sino en “vales” sólo aceptables en la tienda de raya del hacendado particular, el único lugar en que los jornaleros podían adquirir lo que no podían proveerse ellos mismos. La burguesía criolla y los comerciantes y financieros europeos que compraban los productos agrícolas de la Isla (y negociaban con esclavos, maquinaria, tecnología y conocimientos): todos ellos se lucraban. Por supuesto que en última instancia, los cultivadores criollos se veían restringidos por los intereses y la política del imperio español y, claro, del mercado internacional. Estos hacendados conocieron épocas buenas, épocas malas y la catástrofe a lo largo del siglo diecinueve, siguiendo el alza, la baja y la caída del azúcar de Puerto Rico. Los tiempos buenos para el hacendado criollo había durada hasta aproximadamente 1870, cuando la competición del azúcar cubano, la abolición de la esclavitud (1873-76), la caída del precio del azúcar y la falta de capital y tecnología empezaron a pesar sobre la economía.

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