Palabras de elogio para las largas filas

Elena Herrada
Elena Herrada con su nieto.

Como adulta mayor en Detroit, lamento el hecho de que las personas más jóvenes no sabrán lo que se siente al esperar en una gran fila para las cosas que el Estado nos ha impuesto.

Como mujer joven y embarazada de Detroit, en un momento en el que el cierre de las fábricas de automóviles obligaban a los obreros a acudir a las Oficinas de Desempleo, se abrió ante mis ojos todo un mundo distinto. Me despidieron de un puesto de trabajo temporal y esperé en la serpenteante fila, afuera de las avenidas Michigan y Clark, a la vuelta de la esquina de la planta de Cadillac y frente a la calle del Local 22 de UAW.

Afuera, había gente que estaba jugando el llamado “juego del trilero” (shell game, en inglés). Pero estoy hablando de forma literal, no del juego sobre el que escuchamos cuando alguien busca estafar a las personas. La gente se quedaba allí, de pie, observando durante horas a los expertos que movían la pequeña pieza entre tres latas para ver si alguien adivinaba dónde estaba. También vi cómo hubo personas que perdieron sus cheques quincenales completos, tratando de adivinar.

También se encontraban vendedores que ofrecían todo tipo de artículos: ropa africana, comida, libros, discos y grabaciones. Se podía encontrar casi cualquier cosa afuera de la Oficina de Desempleo: artículos tanto legales como ilegales.

Cuando nació mi primera bebe y la estaba amamantando, el sonido del llanto de cualquier bebé hacía que produjera leche.  Después que esto me sucedió una vez, me volví hacia un hombre que cargaba a un bebé y le pregunté si podía prestármelo por unos minutos para alimentarlo. El hombre aceptó rápidamente y me dio el bebé, que lloraba y gritaba a más no poder.  Cuando salí del baño, llevaba en mis brazos a un bebé dormido y tranquilo. La multitud prorrumpió en aplausos.

líneas de desempleo en Detroit en la década de 1970
Durante la década de los 1970, la industria automotriz sufrió reveses que provocaron un desempleo masivo. La competencia internacional y un fuerte aumento de los precios del petróleo obligaron a las Tres Grandes, General Motors, Chrysler y Ford a introducir técnicas de reducción de costos centradas en la automatización y, por lo tanto, en la reducción de los costos laborales y el número de trabajadores.
Photo: Mlive

Era el año 1979 y había despidos en todo el país. Detroit resultó duramente golpeado y muchas personas iban a las Oficinas de Desempleo cada dos semanas. Organizamos comidas compartidas y conversábamos sobre la vida, nuestro amado Detroit y de qué forma lograríamos sobrevivir el brutal invierno. Personas de todas las edades y razas esperaban juntas, mientras hablábamos sobre la situación del mundo. A menudo, los chicanos interpretaban para personas que no hablaban inglés y posteriormente aprendí que los miembros del personal que eran bilingües estaban sobrecargados de trabajo y se rehusaban a hablar en español con la gente que esperaba en fila. Poco tiempo después, hubo un fallo de la Corte Suprema que requirió que la gente debía ganar más dinero por sus destrezas lingüísticas o, de otra manera, no se les podía obligar a usarlas. ¡Ya era tiempo!

La Secretaría de Estado ha sido otro espacio importante. Las filas allí son largas y hay mucha gente que no puede renovar en línea las matrículas de sus vehículos. Hay una enorme distinción de clase entre aquellos que las renuevan por correo o en línea y otros que se ven obligados a acudir a la aseguradora llamada L.A. Insurance el día que vencen las matrículas de sus vehículos y obtienen una constancia de seguro por una semana, a cambio de una gran cantidad de dinero, para después obtener las matrículas.  Algunos racistas de Michigan presentaron una legislación que declaraba como ilegal el derecho de los inmigrantes a conducir si no contaban con un número de seguro social y, durante años, tuve matrículas de automóviles a mi nombre para diversos obreros que sencillamente necesitaban trabajar. Ingresé a la Secretaría de Estado con un montón de títulos y obtuve matrículas para una flota de automóviles viejos y destartalados. Todos los años, el día de mi cumpleaños, esta flota llegaba al frente de mi casa y poníamos las matrículas en los autos. El Estado nos criminalizó.  La industria aseguradora en Detroit es como un proyecto de apartheid. Pagamos hasta diez veces más por el seguro de un vehículo que nuestras contrapartes suburbanas (es decir, personas blancas), obteniendo solo seguro contra terceros, mientras que ellos pueden obtener una cobertura total por mucho menos dinero. Si los autos se dañan, chocan o se los roban, no recibimos nada a cambio, más que el derecho a conducir. Con el tiempo, el sector de seguros ha adquirido la tecnología necesaria para que la policía pueda investigar las placas de un vehículo y ver si tienen seguro. Después, remolcan el auto y multan al conductor y, aun así, no puede obtener una licencia de conducir porque han hecho que esto sea ilegal para las personas indocumentadas. Una cantidad innumerable de inmigrantes han perdido sus autos en los depósitos depredadores que los han incautado.

En la oficina de la Secretaría de Estado que se ubica en Bagley, a la cual me refiero con cariño como el festival mexicano, se han sostenido conversaciones importantes con todo tipo de personas que están esperando a que llamen su número. Una vez, una mujer latina dijo en español que esperaría en fila a que la atendiera la trabajadora que hablaba español (latina), a pesar de que la trabajadora negra esperaba detrás de su escritorio, sin nadie en su fila. Me dirigí a esta mujer en español y le pregunté que, si hablaba inglés, ¿por qué no dejaba que la atendiera la mujer que hablaba inglés? Ella contestó que no quería lidiar con la mujer negra. Yo le respondí, “debes estar muy infeliz aquí en Detroit”. Debido a esto, inició una conversación muy animada con mexicanos que no hablaban inglés y habían llegado al país recientemente, por lo que no tenían ningún punto de referencia o guía para hablar sobre asuntos de raza. Fue uno de los momentos más transformadores que he tenido en mi vida en estas trincheras. Surgió una conversación entre negros y morenos y esto fue un verdadero júbilo. Hubo todo tipo de preguntas sobre las razones por las que la gente viene aquí y cómo es la vida en otros lados. La gente compartió sus experiencias y yo, con mi spanglish, interpreté gran parte de la conversación junto con otros voluntarios bilingües que salieron de quién sabe dónde para unirse a esta conversación tan rica y singular.

La revolución y la redención son dos de las cosas que se pueden fomentar en las largas filas del Estado. Extraño hablar con gente que no conozco en el Departamento del Agua, en el monopolio llamado DTE Energy (empresa de servicios eléctricos) y en la brutal Secretaría de Estado. La vida es buena aquí en “Detroitistán”, si sabes buscar bien y dónde.

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