Desde que la revolución industrial eliminó la tarea de elaborar ropa de forma artesanal, la industria textil —la cual abarca desde hilos y tejidos hasta la confección de prendas de vestir— ha creado trabajos sucios, acalorados y con bajos salarios, los cuales solo han enriquecido a sus propietarios y sus financistas.
Ya fuera que las labores estuvieran a cargo de niños en las “oscuras fábricas satánicas” de Inglaterra, o de niñas campesinas en los talleres de Nueva Inglaterra, o de inmigrantes en las plantas explotadoras de obreros en Nueva York, o de afroamericanos y blancos pobres en las áreas segregadas del Sur…
O bien, ya fuera que las elaboraran personas indígenas de México o El Salvador, o personas de China que huían de los arrozales, o niñas de Bangladesh abarrotadas en fábricas peligrosas… estos trabajos pagaban casi nada.
Pero a fin de cuentas era un empleo y por lo general el primer trabajo como nación industrializada y urbanizada; un trabajo que absorbía el exceso de población en las fincas, a medida que la propia agricultura se iba mecanizando.
En muy poco tiempo, este ya no será un trabajo para nadie.
Los pagos en la industria textil de Bangladesh, el último país en industrializarse, son los más bajos en el mundo — unos $68 mensuales. Esta cifra es aún más baja que en Pakistán, más baja que en Vietnam y mucho más baja que en China o en México.
Y los obreros bangladesís lograron que se les pagara estos $68 al mes solo después de sindicalizarse y paralizar la industria con huelgas, lo cual representa otra etapa histórica que comparten con obreros de la industria textil del resto del mundo.
Pero $68 al mes no es un salario suficiente para vencer a los robots —al menos ya no lo es. Ahora, en la fábrica Mohammadi Fashion Sweaters, ubicada en Dhaka, 173 máquinas robóticas hechas en Alemania están tejiendo los suéteres que fabrica la empresa para exportarlos, con lo cual ha reemplazado a unos 500 obreros.
En algún momento, los ágiles dedos humanos desplazaron a los robots en la industria de las prendas de vestir. Pero ahora, los denominados “sewbots” (o robots de costura) pueden tejer “mangas complejas, suéteres y vestidos por cuenta propia y a gran velocidad”, según lo informó el periódico Wall Street Journal.
No es que los propietarios de fábricas en Bangladesh tengan la libertad de robotizarlas o de no robotizarlas. Ellos funcionan bajo las “leyes de hierro” de la competencia capitalista y deben mantenerse al día con la tecnología o, por otro lado, quedar rezagados y perecer.
Se espera que Bangladesh pierda el 80 por ciento de sus 3,5 millones de obreros textiles. Pero estos “sewbots” también harán su aparición en una fábrica ubicada en Little Rock, Arkansas —donde producirán un millón de camisetas al año. Además, la empresa Adidas abrió recientemente una tienda de zapatos en Atlanta, con el uso de máquinas tejedoras computarizadas.
Se puede observar la trayectoria de este sector de la industria en la historia de una empresa textil que se originó en Lockport, Nueva York, Niagara Textile Company.
Fundada por el propietario de un almacén general a finales del Siglo XIX y bajo la supervisión de un hábil productor que trajeron de Escocia, la empresa fabricó toallas para los coches cama de los ferrocarriles Pullman.
Los obreros de Niagara Textile se sindicalizaron durante la época de la política conocida como el Nuevo Trato. Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial, los “factores” de Wall Street que financiaron los textiles decidieron trasladar la industria al sur del país, donde los obreros — segregados legalmente por raza y que librabran luchas entre sí— ganaban mucho menos. De esa forma, se vendió Niagara Textile a Carolina del Sur.
Cuando la mano de obra del sur también resultó ser demasiada costosa para los financistas, se tomó la decisión de disolver la industria en el sur y Niagara Textile emigró a India, donde la mano de obra era mucho más barata. Más recientemente, Niagara Textile terminó estableciéndose en Bangladesh.
Pero todo esto ya quedó en el pasado — o está por formar parte de la historia.
Actualmente, unos 80 millones de personas trabajan en la industria textil, de zapatos y de prendas de vestir en todo el mundo.
Estos trabajos no solo se encuentran en Asia. Más de medio millón de personas todavía trabajan en la industria textil y de confección de ropa en México y en los Estados Unidos — decenas de miles de ellos en el sur de California y muchos de ellos son inmigrantes.