Nada demuestra tan claramente el fracaso del capitalismo moderno, como su incapacidad de proveer techo para la gente. Y no hay razón para suponer que el “mercado libre” resuelva el problema que el mismo crea.
“Si yo no aumento la renta, dejo dinero tirado” afirmó un propietario recientemente. Y los promotores inmobiliarios dicen que, no hay manera de construir viviendas para gente común y obtener ganancias.
Dos Papas, sucesivamente, han enfatizado que cualquier sistema económico se debe a resolver las necesidades de la gente. Sí el actual sistema no lo hace, probablemente deberíamos probar con otro, “compartir las cosas” no sería una mala alternativa. Para eso se necesita un movimiento de base- el pueblo unido. Y el pueblo actualmente, es toda la clase trabajadora, empleada o desempleada.
Tal movimiento se viene desarrollando alrededor de la vivienda. Los afroamericanos, los blancos y latinos luchan hombro a hombro, juntos se enfrentan a terratenientes corporativos, que aumentan las rentas y desalojan a la gente, para rentarles a los nuevos ricos. Este movimiento de hombro con hombro, es a la vez una oportunidad y un reto para los latinos y los anglos en los Estados Unidos.
Es una oportunidad porque, solamente uniéndose sobrevivirá esta clase trabajadora tan diversa étnicamente. Es un reto porque, hay verdaderas diferencias culturales entre esos diversos grupos étnicos, de los cuales los latinos sólo son uno.
En ciudades de California, como Richmond y Alameda, estos movimientos de hombro con hombro ya se enfrentan a grandes propietarios de vivienda, en una lucha por el control no sólo de la vivienda sino de la ciudad misma. En lugares como Seattle, Portland, y Los Ángeles, en donde políticos “progresistas” han declarado emergencias de vivienda, el pueblo deberá estar preparado para actuar si aquellos no hacen lo que tienen que hacer.
Está muy claro lo que se necesita– vivienda para los sin techo (incluidos los que viven en sus carros), detener los aumentos a la renta y los desalojos, proveer vivienda accesible para las familias que viven hacinadas en pequeños apartamentos, y para los que viajan de sofá en sofá.
Cómo algo práctico, si los promotores inmobiliarios corporativos no pueden proveer de vivienda al pueblo, debemos hacerlo nosotros—debemos construirla, ser dueños, y rentarla, públicamente. Pero eso también requiere poder político.