Para cuando la Patrulla Fronteriza llegó él ya había muerto
Salió del camión de la Patrulla Fronteriza sollozando. Desde San Luis Potosí del norte del centro de México. La bella mujer de 39 años de edad logró cruzar el Río Grande y ahora trataba de evitar un retén de la Patrulla Fronteriza en la carretera #281 cercas de Falfurrias, Texas. Algunos la han denominado como la “segunda frontera” localizada a unas 70 millas al norte del río.
No le pedí su nombre. Ni sabía si llegaba a los EE.UU. en busca de trabajo o si tenía hijos. Ni era posible saber de sus esperanzas y sus sueños. Pero lo que sí entiendo es que todo eso terminó en el 24 de julio en los terrenos inhospitables del “King Ranch” el cual es conocido por todo el mundo. Junto a ella, muerto en la tierra, estaba su esposo. El jefe diputado del Sheriff del condado de Brooks, el Sr. Benny Martinez, me permitió acompañar uno de sus policías para ver a esos terrenos inhospitables que se tragan a los migrantes. Muy pocos se mueren al cruzar el Río Grande. La segunda frontera es el verdadero asesino.
El coyote los dejan sólos cercas de Encino, un lugar al sur del retén de la Patrulla Fronteriza. Unicamente les avisa como llegar a la Carretera #285, una caminada de algunas 20 millas. A veces les dicen a los migrantes que llegaran en algunos 30 minutos. Al fin, no importa si les dicen que llegaran en algunos días, muy pocos de ellos están lo suficientemente preparados para enfrentarse a las condiciones.
La temperatura ambiental en Falfurrias hoy día estaba a cien grados. Mañana a los 99. El viernes a los 99. Y otra vez a cien éste sábado. Imagínate caminar 20 millas en la playa—no en la arena firme junto a la orilla del mar. Pero en las secas dunas de arena en lal cual cada paso es un desgaste tremendo de esfuerzo físico. Ahora sabes realmente como son los terrenos inhospitables de King Ranch. La maleza desértica está lo suficiente gruesa para perderse fácilmente, y lo suficiente pesada para impedir toda brisa. El sol ardiente, pega fuerte todo el día.
Encontraron la pareja ya que la esposa había marcado el 911. Su esposo se acostó a descansar, y luego paro de respirar. Para el momento que llego la Patrulla Fronteriza, cuando nosotros llegamos, el estaba acostaba de bajo de un árbol, una mano extendida, la otra sobre su vientre y el rostro cubierto con una sabana.
Allí estaba junto con una docena de agentes de la Patrulla Fronteriza, un diputado sheriff, un magistrado, tres empleados de la funeraria, y un hombre vestido con un chaleco antibalas. El último era un policía encubierto cuyo cargo era de prevenir la mala publicidad para su empleador, los dueños de King Ranch. Cuando salí del camión del diputado, pase algunos minutos contemplando cómo iba tomar mis fotos del escenario y a la vez ser respetuoso del difunto. Mientras que lo consideraba, el individuo con el chaleco antibalas me apunto con su dedo, invocando “la propiedad privada.” El dijo que no se podían tomar ningunas fotos de nada, ni del diputado que escribía el informe, ni de la tierra o de los arboles del rancho.
Antes de que se lo llevaron, a la nueva viuda se le permitió despedirse de su esposo. Con las lágrimas bañando su rostro, se encaminó hacia el cuerpo de su esposo, poniendo su mano sobre su pecho. Luego que se fue el vehículo de la Patrulla Fronteriza, los trabajadores de la funeraria batallaron en poner el cadáver en su bolsa. Pasaron un tiempo difícil al cargar el cuerpo por las ondas dunas de arena.
Le pregunté al magistrado si esto pasaba con frecuencia. ¿“En el verano?” me preguntó. “Casi cada día.”