Era una tarde hermosa de febrero, pero a pesar de la hermosura del paisaje y el clima el espacio estaba bañado en solemnidad y llanto a la escuela Normal Raúl Burgos de Ayotzinapa. En medio de la cancha de basquetbol –que ahora ha sido convertida en altar, cocina, sala de reuniones, biblioteca y dispensario–ahí sentada a solas en una mesita de plástico conocí a Margarita. Me acerque a ella, una mujer de edad media, de piel color canela que parecía haberse dorado bajo los rayos del sol de Guerrero, el estado en el que ella nació y ha vivido toda su vida. Una mujer humilde de pelo largo y negro el cual, conjuntado con su facciones, saca a relucir sus raíces indígenas. Como la mayoría de los padres de los desaparecidos, Margarita es una mujer indígena y campesina de un pueblito de Guerrero. Su hijo, Miguel Ángel Mendoza Zacarías, es uno de los 43 estudiantes desaparecidos desde ya más de 4 meses.
Me senté junto a ella y a través de sus ojos oscuros vi la mirada de una madre que desesperada busca a su hijo. Desde el día de la desaparición, me contó, los padres han tomado la escuela, la cual se encuentra en estado de paro. No hay clases, no hay profesoras y tampoco hay apoyo gubernamental para las operaciones básicas de la escuela. Margarita, junto con su esposo y los padres de las otras 42 familias, viven en la Normal, casi no van a casa ya que el dolor de ver las cosas de sus hijos es demasiado inmenso para soportar.
El contraste entre lo que se ve de Ayotzinapa y lo que se vive en la escuela es impactante. A pesar de que en las redes sociales se percibe un gran movimiento social, en la Normal, los días pasan lentamente y la impotencia e injusticia se sientan a hacerles compañía a los padres. La realidad que viven los padres es dura y esta llena de peligro y falta de recursos económicos. Es un gran sacrificio para Margarita y su familia el vivir así, “Tenemos más hijos en casa: ellos también comen, ellos también visten, ellos también se enferman, y pues tampoco nosotros les podemos ayudar porque ya no trabajamos, no tenemos un sueldo, nada. Nosotros nos la vamos pasando con el poquito de apoyo que nos están dando aquí en la misma escuela pero no nos alcanza pues para nada” me confió Margarita que al contar su historia se le llenaban sus ojos de lagrimas.
Margarita insistió que a pesar del peligro que corrían, no iba a haber marcha atrás y en sus palabras escuche la afirmación de una lucha que nace del amor de una madre la cual no acepta, ni aceptará una versión prefabricada sin evidencia de un gobierno al que ella ve como corrupto y cruel, “no culpamos a otra gente más que a él [Peña Nieto], de todo lo que nos llegue a pasar a nosotros y a nuestros familiares a él lo culpamos porque él tiene la culpa.”
Artícullos escritos por
Laura J Ramírez
PhD Candidate Educational Policy Studies,
University of Illinois at Chicago