Albuquerque, New Mexico estalla de furia

Tras la muerte de un indigente campista en manos de la policía, los principales medios de comunicación pasan por alto el punto principal de las protestas

 

Nota del editor:

Durante los últimos 4 años, la policía de Albuquerque le ha disparado a 37 personas, de las cuales 23 han fallecido. El reciente asesinato de un indigente campista generó protestas en las calles durante el fin de semana del 29 y el 30 de marzo. Este comentario, editado levemente, apareció originalmente en Weekly Alibi y Alibi.com, el semanario alternativo de Albuquerque, y se publica aquí nuevamente con el debido permiso del autor.

 

Albuquerque ha aparecido muchas veces en las noticias este fin de semana y el aspecto central de las historias noticiosas casi siempre ha sido incorrecto. Parece ser que casi todas estas historias tratan acerca de la forma en que las protestas más recientes aquí el domingo 30 de marzo, debido a las últimas muertes perpetradas en manos del Departamento de Policía de Albuquerque—se salieron de control o se transformaron en disturbios, pero parece que ninguna de las noticias muestra interés en ninguna otra cosa que no sean las historias que comunican los canales oficiales a los medios de comunicación.

A juzgar por lo que se habla en los medios sociales de comunicación, muchas personas que viven aquí se han dejado engañar por estas historias y han decidido centrarse en los muy pocos casos de vandalismo, los rumores de violencia por parte de los manifestantes, la obstrucción del tráfico, la cual no ha sido tan trágica como la han pintado, y el sentido general de desorden pendenciero y descontento que se evidencia en los vídeos de los acontecimientos del día.

La verdadera noticia aquí es que la respuesta del Departamento de Policía de Albuquerque (APD, por sus siglas en inglés) ante estas manifestaciones casi enteramente pacíficas ha sido militarista y fascista, y sus agentes se han armado hasta los dientes.

Lo pude observar de primera mano, al estar frente a una multitud de quizás 100 manifestantes desarmados a la orilla de la Plaza Cívica el domingo en la noche, cuando las fuerzas policiales nos rodearon casi por completo, preparadas no para enfrentarse a un grupo de ciudadanos descontentos, sino para ir a la guerra.

El olor a gas lacrimógeno se esparcía por todos lados, provocando ardor en los ojos y la garganta de todos los presentes, y en todos los costados, excepto detrás de nosotros, pude observar a los policías con sus caras ocultas y con ametralladoras en las manos, al igual que patrullas, luces que destellaban intermitentemente y vehículos blindados del tipo que normalmente se observa en Irak o en Afganistán.

“¡Ahora les creemos que no se van demasiado a los extremos!” grité a las filas de agentes policiales que avanzaban ominosamente para rodearnos en medio de la oscuridad, y la gente que estaba más cerca de mí rió nerviosamente. Y es que la situación era risible. Esa noche, más que nada, eso fue lo que observé: absurdidad, ridiculez. Durante esa  noche y ese día, la APD fue el vivo retrato de un exceso irrisorio. Hubiera sido más chistoso de no s er porque todo ese tiempo me preocupó el hecho de que pudieran dispararnos.

Más temprano durante esa misma noche, observé una situación similar en la que había quizás unos 20 manifestantes en la esquina noreste de University y Central y unas 60 patrullas estacionadas en las calles aledañas, un agente policial que dirigía el tráfico con una ametralladora  y una cantidad de policías con máscaras de gas, rifles al hombro y miradas fijas y fulminantes hacia cualquier persona que fuera lo suficientemente imprudente para andar por los alrededores.

El problema es mucho más grande que unos pocos policías violentos el problema es un sistema que adiestra a los agentes policiales para que sean violentos y después los excusa para que no rindan cuentas cuando, por ejemplo, le disparan a un indigente campista hasta matarlo. El problema es que nos hemos transformado en un Estado policial. Como ciudadanos, es saludable y de adultos exigir que la presencia armada que controla nuestra ciudad sea objeto de supervisión y de reformas, especialmente cuando tal presencia ha tenido un pasado reciente excepcionalmente letal.

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