Durante esos años en que iba creciendo, mis familiares hablaban incesantemente sobre su jubilación, lo cual por lo general significaba que se mudarían a vivir con una hija y su familia. Cuando empezó a ponerse en marcha el seguro social, algunos familiares de mayor edad comenzaron a ser más independientes, especialmente aquellos que habían comprado una casa y habían podido pagarla por completo. Ellos podían alquilar una habitación o dos a algunos amigos cercanos.
Sin embargo, lo idóneo era tener una o dos casas de alquiler. Esa era la Cuenta Individual de Jubilación (IRA, por sus siglas en inglés) de los mexicanos y era hasta mejor, ya que no tenían que pagarle a ningún agente o estar a merced de los caprichos del mercado de valores. Lo mejor de todo era que los propios alquileres iban pagando las viviendas.
Las lecciones de mis familiares me mantuvieron vivo durante los veranos después que decidí trabajar como maestro. La docencia pagaba menos de $3,000 al año —se pagaban en el transcurso de diez meses y se deducían las cuotas de jubilación, los impuestos, etc. Así que había que trabajar arduamente en el verano, pues las alternativas eran endeudarse o pasar hambre. Yo ahorraba $200 y cada verano compraba una vivienda que necesitara arreglos y después la vendía para financiar un nuevo negocio al verano siguiente y pagar los gastos domésticos de la familia.
Si hubiera seguido con esto, hubiera llegado a tener 10-20 viviendas. En ese tiempo las casas eran baratas –costaban entre $8,000 y $10,000– y no se tenía que dar prima. Sin embargo, las prioridades se establecen según los valores que se tengan. Debido a mi divorcio, tuve que ceder las viviendas y me dediqué a otras actividades más productivas. Yo pensé que moriría joven. Tampoco me gustaba ser un propietario campesino. Esperaba que mis hijos pudieran tener las mismas oportunidades que yo había tenido.
Los tiempos cambiaron y actualmente aquella persona que puede adquirir una vivienda es una excepción a la regla —y ni hablar de dos o tres casas– y que pueda esperar vivir de los alquileres. En algún momento tuve una cuenta IRA, pero en el 2003 perdí $40,000. Esto no fue una anormalidad, pues muchos de los hijos de mis familiares también corrieron con la misma suerte. Era casi cómico, ya que en ese tiempo George W. Bush encabezaba el coro que hacía un llamado a la privatización del seguro social.
No soy economista. Soy historiador. Esperaba que el mercado de viviendas se corrigiera por sí mismo. Durante los años especulativos de la década de los 20, si bien se dispararon los precios de las viviendas, éstos se corrigieron con la crisis que originó la Gran Depresión de los años 30 y con el establecimiento del Nuevo Trato. La clase obrera podía costearse una vivienda si tenían trabajo. El costo de las casas subió tanto que mis familiares ya no tenían medios suficientes para pagarlas y durante el auge de las viviendas no pudieron costearse una segunda casa. La gente estaba satisfecha con el valor de sus viviendas.
La Administración Federal de Vivienda (FHA, por sus siglas en inglés) y el denominado Proyecto de Ley G.I. lograron que las casas fueran más asequibles, pero también inflaron los precios. Hubo un leve aumento en los costos de las viviendas durante los años 50, pero los precios se corrigieron en la década de los 60 y de los 70. Para los años 80, un nuevo auge hizo que nuevamente fuera difícil comprar una vivienda adicional. En la zona de Los Ángeles, los precios disminuyeron durante un breve período de tiempo pero luego aumentaron una vez más durante la segunda mitad de la década.
En los años 90, el santo patrono de la clase obrera, William Jefferson Clinton, puso fin a las leyes reglamentarias de los años 30, y con ello finalizó la capacidad de que los mercados de viviendas se corrigieran por sí mismos. Con ello, fue inevitable que surgieran las denominadas burbujas inmobiliarias en la primera década del Siglo XXI.
Durante la depresión del 2008, busqué el aspecto positivo de la situación. Esperaba que los precios de las viviendas se vinieran abajo y tal vez los nietos de mis familiares podrían alejarse de los precios inflados que tenían que pagar por sus viviendas durante la década de las burbujas.
Muchos tuvieron que pagar hasta $450,000 por viviendas ubicadas en barrios marginales, lo cual era excesivo – especialmente cuando el valor de estas casas disminuyó hasta $275,000. Ya no había forma alguna de que mis familiares pudieran seguir efectuando esos pagos, mucho menos adquirir una vivienda adicional para su jubilación.
Muchos de nosotros dimos nuestro visto bueno a los presidentes George Bush y Barack Obama cuando ellos otorgaron préstamos de rescate a Wall Street y los bancos. Quizás fue porque esperábamos que los banqueros y la élite corporativa utilizaran ese dinero para el bien común. Pero tal como me decían cuando estaba en el ejército “Nunca sucede G.I.” (G.I. es un acrónimo empleado para referirse a un miembro de las fuerzas armadas de los Estados Unidos).
Al mirar al pasado, me doy cuenta que no soy tan ingenuo como antes y ya he dejado de creer en los cuentos de hadas. No habrá recuperación —al menos no de la misma forma que cuando era niño. Tengo que despertar y aceptar la pesadilla y sólo si llego a entenderla, quizás mis familiares y mis propios nietos tendrán algo por qué ilusionarse y qué anhelar. No serían prisioneros de los encargados de gestionar fondos similares a las cuentas IRA.
Lo que me hizo caer en la realidad fue el aumento de los fondos de cobertura, los cuales parar todo fin y propósito están controlando actualmente al gobierno.
Aunque he sabido esto durante cierto tiempo, había estado negándomelo. Sin embargo, hace poco leí una serie de artículos en un periódico comunitario llamado Tribuno del Pueblo sobre el apoderamiento del mercado de viviendas familiares por parte de quienes son muy ricos. El periódico escribió que esto lo organizaron los grandes banqueros y los encargados de gestionar los fondos de cobertura que habían adquirido el control de Fannie Mae y de Freddie Mac y obtenido la mitad de las hipotecas del país y unas 200,000 viviendas.
“Los especuladores de los fondos de cobertura que están comprando cientos y miles de viviendas en embargo hipotecario y las denominadas ventas en corto plazo tienen razón cuando afirman que este es ‘el nuevo rostro de los bienes raíces’”. Para complementar la confabulación entre los especuladores y el gobierno, la administración de Obama está vendiendo los gravámenes impositivos a los súper ricos –así que ¿por qué razón no deberían provenir los nombramientos de Obama de esta misma clase?
Estamos en una nueva era y ya no hay espacio para los propietarios campesinos como sucedía en tiempos de mi padre. No tenemos capital con qué competir.
Recientemente, un amigo estaba intentando comprar su primera casa. Él revisaba los anuncios de los periódicos con las esperanza de adquirir una vivienda en ejecución hipotecaria. El agente rehusó sus múltiples ofertas para alguna vivienda embargada. Le intentaron ofrecer viviendas “a la venta” que ya habían recibido ofertas por un precio más alto que el solicitado originalmente. Al indagar un poco, mi amigo se dio cuenta que el agente había reservado las viviendas embargadas para un político local al que representaba en los remates.
Hay algunas personas que siempre seguirán soplando burbujas y continuarán soñando en aquellos días en los que se podía comprar una vivienda como inversión para cuando fueran mayores y después transferirla a sus hijos o nietos. Pero la verdad es que esos son sólo sueños y hoy día estamos viviendo una pesadilla.